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Uruguay lidera el uso de energías renovables en Sudamérica y China no solo encabeza la implantación de estas energías a nivel mundial, sino que se ha convertido en el mayor productor y exportador de tecnología de renovables. Parece imposible comparar al gigante asiático de 1.300 millones de personas y un Producto Interno Bruto (PIB) de US$11,2 trillones —equivalente a un 15% de la economía global según Forbes—, con el pequeño país sudamericano de 3,4 millones de habitantes y un PIB de US$52,4 billones en el mismo año, según datos del Banco Mundial para el año 2016. Sin embargo, ambos comparten una estrategia común: su decidida apuesta por las energías renovables.
El potente ejemplo de Uruguay y la relevancia de China, como generador y consumidor de energía, convierte a ambos países en referentes para el futuro de las energías limpias, las que esperan cubrir el aumento de demanda energética en los próximos años. La Agencia Internacional de la Energía (IEA por sus siglas en inglés) estima que la demanda aumentará un 30% para 2040, lo que equivale a añadir otro China e India a la demanda energética mundial, y lo hará sobre todo en los países emergentes. Para ese año, la IEA prevé que las energías renovables sean las responsables de un 40% del total de la electricidad generada, mientras que el carbón, que contribuye con un 67% de generación, caerá hasta un 40% en el mismo período.
China: el mayor productor de energías renovables
¿Cómo se llegará a este escenario? Todos los pronósticos coinciden en que la posición de China es clave para la consolidación de las nuevas fuentes de energía. Tanto, que un tercio de la capacidad mundial de energía generada a través del viento y el sol está instalado en este país, según datos de la IEA.
Hasta hace poco, su economía estaba orientada a la exportación y hacía uso intensivo de carbón y petróleo que, durante los últimos 15 años, ha favorecido el desarrollo y el crecimiento acelerado del país. Sin embargo, ha dejado un legado de problemas ambientales con importantes efectos, como una contaminación del aire que causa casi dos millones de muertes prematuras al año en este país. Además, la contaminación supone una reducción anual en el PIB chino de 6,5% debido a la pérdida de productividad de las fábricas, que se ven obligadas a frenar su actividad para mejorar la calidad del aire, estima RAND Corporation.
Como consecuencia, el gobierno chino ha decidido promover cambios en su matriz productiva e impulsar políticas destinadas a limpiar la contaminación del aire, del agua y mitigar los riesgos de inestabilidad socioeconómica. Según RAND Corporation, la energía solar podría ser la fuente de electricidad más barata de China, superando al gas natural en 2020 y al carbón en 2030.
Actualmente, China ya es el mayor fabricante mundial de energía eólica y solar. Además, en 2017 anunció una inversión de US$ 360 mil millones en energías renovables y descartó la construcción de 85 plantas energéticas de carbón. Para completar la estrategia, el presidente Jinping declaró que China está comprometida con “una política fundamental de apertura”, lo que los analistas identifican como una política de puertas abiertas a la inversión extranjera y a una mayor integración económica con el mundo.
Uruguay: el ejemplo del cambio hacia energías limpias
Esta misma política de apertura, junto a la estabilidad económica, es lo que ha dado como resultado el “milagro” de las energías renovables en Uruguay. La constitución de un marco político integrado y comprometido con el cambio de matriz energética a largo plazo y las inversiones extranjeras han resultado fundamentales. Pese a ser uno de los países más pequeños de América Latina, en una década Uruguay ha logrado algo que parecía inimaginable: convertirse en uno de los países con mayor proporción de electricidad generada a partir de energía renovable en la región, y uno de los principales en términos relativos a nivel mundial.
Según datos del Ministerio de Industria, Energía y Minería de Uruguay (MIEM), en 2016 el 95% de su energía se produjo a partir de fuentes renovables y, en 2017, el 30% de su abastecimiento energético fue generado por energía eólica. Cifra llamativa considerando que en 2005 Uruguay no tenía la infraestructura para generar este tipo de energía. Gracias a este desarrollo, Uruguay no solo ha dejado de importar energía, sino que exporta su excedente energético a Brasil y Argentina.
El factor determinante fue el Plan Nacional de la Energía 2005-2030, aprobado por el gobierno uruguayo en 2008 y respaldado por el Congreso en 2010, está considerado un referente mundial de cómo los intereses sociales y climáticos son absolutamente compatibles y costo-efectivos en el fomento de desarrollo sostenible. El plan busca diversificar la matriz energética, reducir la dependencia de los combustibles fósiles, mejorar la eficiencia energética y aumentar el uso de recursos renovables propios. Además, aportó la estabilidad legal necesaria para implementar políticas público-privadas, que estimularon los intereses de inversionistas nacionales y extranjeros.
Esta legislación se basa en realizar subastas mediante licitaciones, para asegurar la compra de energía producida por períodos de 15 a 20 años y para la importación de tecnología para energías renovables. La empresa estatal de electricidad, UTE, es quien adjudica directamente los contratos de subasta a los licitantes y tiene el mandato de comprar todo el exceso de electricidad de la micro-generación al precio minorista.
Esta estrategia ha recabado el apoyo de instituciones como el Grupo BID, que propiciaron la entrada de inversores extranjeros y apoyaron la estructuración de operaciones financieras novedosas. Como resultado se han realizado proyectos de gran relevancia para el país, como los parques eólicos de Palmatir y Carapa, las plantas solares de La Jacinta y Yarnel, o la construcción del parque eólico de Campo Palomas. De esta manera, la diversificación de la matriz energética de Uruguay ha permitido satisfacer cerca del 94% de su electricidad a partir de energías renovables en 2016, adelantarse a las posibles sequías que reducen la efectividad de las hidroeléctricas, y aumentar la resiliencia del país ante los efectos del cambio climático.
Uruguay es uno de los mejores ejemplos de América Latina y el Caribe, la que se perfila como una de las regiones más atractivas para la inversión en generación de energías limpias. De hecho, el Centro de Colaboración para la Financiación del Clima y Energía Sostenible destaca que, en 2015, por primera vez en la historia los países en vías de desarrollo destinaron más dinero a proyectos de energías renovables que los países desarrollados. Además, su diversidad económica, social, ambiental y geográfica, hace que las condiciones de inversión y la disponibilidad de recursos naturales varíen de un país al otro, permitiendo explotar distintos tipos de generación energética.
Además, los costos de tecnología para energías renovables han caído drásticamente en los últimos años gracias a la maduración y competitividad de los mercados emergentes como China, India y América Latina y el Caribe. La evolución de la fabricación China será determinante, pues la mayoría de la tecnología es producida allí y exportada después al resto de mercados. Sin embargo, los intereses de China en América Latina son también como inversor, para expandir mercado en la región y encontrar nuevos aliados estratégicos.
El logro de los objetivos climáticos globales dependerá, en gran medida, del desarrollo de los países emergentes, entre los que se encuentran China y Uruguay, y de la evolución del sector energético, que es responsable de gran parte de las emisiones contaminantes. Según la EIA, si China tarda una década más de lo esperado en su transición a las energías limpias, la demanda de carbón y petróleo podría generar 2,7 billones de toneladas de emisiones de carbono en 2040. En cambio, si se tarda una década menos, se evitarían alrededor de 5,3 billones de toneladas de emisiones de carbono. Por lo tanto, la apuesta firme y decidida por las energías renovables es clave para la sostenibilidad energética y para lograr los compromisos del Acuerdo de París. Hoy, China y Uruguay pueden afirmar que se encuentran en el camino adecuado para conseguirlo.
POR: GEMA SACRISTÁN
Este artículo fue publicado originalmente en El Observador de Uruguay.
FUENTE: BID INVEST